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miércoles, 31 de mayo de 2017

Cosas de la vida



Cierta tarde, al regresar del trabajo, mi marido encontró la casa sin arreglar, hecha un auténtico desastre. Alarmado, exclamó: ¿Qué ha pasado?
Yo, muy tranquila, le respondí: Siempre te preguntas que es lo que hago durante todo el día. Bien, ahora puedes comprobarlo ya que hoy no lo hice.

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El gran La Fontaine era asiduo estudiante de la naturaleza. Una vez que llegó con retraso a una cena, explicó: Vengo del entierro de una hormiga. Acompañé al cortejo fúnebre hasta el cementerio y luego a la familia hasta su casa.

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Después de comprarse un periquito, mi marido se pasaba las horas muertas tratando inútilmente de enseñarle a hablar. Una madrugada, a eso de las tres, sentí que el pájaro hacía ruido en el dormitorio, y desperté a mi marido. Ese animal tuyo anda por aquí!!!- le dije. Lo buscamos por toda la habitación, pero finalmente lo encontramos dentro de su jaula con la puerta cerrada.
Como el fenómeno se repitió dos noches más, a la tercera eché la llave a la puerta de la habitación, pero fue inútil. A las dos de la madrugada me despertó aquél gorjeo estridente. Sin hacer ruido encendí la luz. Mi marido dormía como un bendito…gorjeando alegremente.
Por lo visto el periquito le había enseñado su lengua a mi esposo!!

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Se me había perdido el ticket para reclamar los zapatos de mi mujer, y el zapatero se negaba a entregármelos sin alguna prueba de que eran de mi propiedad. De repecnte se me ocurrió una idea.
Como llevaba conmigo a nuestro perro, lo acerqué hasta la estantería de los zapatos y le dije que buscara el zapato, un juego que hacíamos en casa. El perro husmeó de un lado a otro hasta que por fin dio con el de su ama.
Con una sonrisa el zapatero envolvió el calzado y me lo entregó.

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El médico le da a un paciente obeso un gran frasco de pastillas y le dice: Estas no son para tomar, son para que las tire al suelo tres veces al día y las recoja una a una.

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lunes, 29 de mayo de 2017

Bizcocho de plátano



No me gusta nada tirar comida, así que siempre estoy intentando hacer cosas con las sobras. Así que la primera vez, hace años, que me encontré con unos plátanos que ya estaban bastante oscurecidos y no nos íbamos a comer, me puse a buscar en el listado de recetas que tengo y descubrí ésta receta.
Desde entonces la he repetido muchas, muchísimas veces, con variantes y siempre es un éxito. Además a mis hijas les gusta mucho también.

Os dejo la receta por si queréis probar. Cualquier duda aquí estoy para ayudaros.

Ingredientes: 2 platanos, 3 huevos, 125 gramos de mantequilla, 250 gramos de harina, 150 gramos de azúcar, 1 sobre de levadura, pasas sin pepitas (opcional), pepitas de chocolate (opcional)

Se aplastan los plátanos con un tenedor y se enciende el horno que vaya calentando a 175ºC.
Se añaden los huevos uno a uno mientras se remueve bien.
Se derrite la mantequilla en el microondas y se vierte en la mezcla de los plátanos mientras se remueve un poco más.
Se incorporta la harina mezclada con la levadura. Hay que tamizarla para que no queden grumos.
Si se quieren añadir las pasas o las pepitas de chocolate ahora es el momento.
Se vierte en un molde untado con aceite y harina. Yo uso un spray antiadherente que es más fácil de usar. Y al horno.
El tiempo de horneado varía según modelos, así que lo mejor es ir comprobando con un cuchillo en el centro del bizcocho y cuando salga limpio está listo para sacarlo.
Dejarlo enfriar dentro del molde y desmoldar.

A nosotras nos encanta para desayunar o merendar con un vaso de leche.


Qué aproveche!!

miércoles, 24 de mayo de 2017

Dos números menos



Un hombre entra en una zapatería, y un amable vendedor se le acerca:

- ¿En qué puedo servirle, señor?
- Quisiera un par de zapatos negros como los del escaparate.
- Cómo no, señor. Veamos: el número que busca debe ser... el cuarenta y uno. ¿Verdad?
- No. Quiero un treinta y nueve, por favor.
- Disculpe, señor. Hace veinte años que trabajo en esto y su número debe ser un cuarenta y uno. Quizás un cuarenta, pero no un treinta y nueve.
- Un treinta y nueve, por favor.
- Disculpe, ¿me permite que le mida el pie?
- Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos del treinta y nueve.

El vendedor saca del cajón ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y, con satisfacción, proclama «¿Lo ve? Lo que yo decía: ¡un cuarenta y uno!».

- Dígame: ¿quién va a pagar los zapatos, usted o yo?
- Usted.
- Bien. Entonces, ¿me trae un treinta y nueve?

El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos del número treinta y nueve. Por el camino se da cuenta de lo que ocurre: los zapatos no son para el hombre, sino que seguramente son para hacer un regalo.

- Señor, aquí los tiene: del treinta y nueve, y negros.
- ¿Me da un calzador?
- ¿Se los va a poner?
- Sí, claro.
- ¿Son para usted?
- ¡Sí! ¿Me trae un calzador?

El calzador es imprescindible para conseguir que ese pie entre en ese zapato. Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato.

Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos sobre la alfombra, con creciente dificultad.

- Está bien. Me los llevo.

Al vendedor le duelen sus propios pies sólo de imaginar los dedos del cliente aplastados dentro de los zapatos del treinta y nueve.

- ¿Se los envuelvo?
- No, gracias. Me los llevo puestos.

El cliente sale de la tienda y camina, como puede, las tres manzanas que le separan de su trabajo. Trabaja como cajero en un banco.

A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas de pie dentro de esos zapatos, su cara está desencajada, tiene los ojos enrojecidos y las lágrimas caen copiosamente de sus ojos.

Su compañero de la caja de al lado lo ha estado observando toda la tarde y está preocupado por él.

- ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
- No. Son los zapatos.
- ¿Qué les pasa a los zapatos?
- Me aprietan.
- ¿Qué les ha pasado? ¿Se han mojado?
- No. Son dos números más pequeños que mi pie.
- ¿De quién son?
- Míos.
- No te entiendo. ¿No te duelen los pies?
- Me están matando, los pies.
- ¿Y entonces?
- Te explico -dice, tragando saliva-. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones. En realidad, en los últimos tiempos, tengo muy pocos momentos agradables.
- ¿Y?
- Me estoy matando con estos zapatos. Sufro terriblemente, es cierto... Pero, dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los quite, ¿imaginas el placer que sentiré? ¡Qué placer, tío! ¡Qué placer!

Jorge Bucay

lunes, 22 de mayo de 2017

Piruletas de azúcar cristalizado o rock candy



Llevaba tiempo viendo éste tipo de piruletas en internet y me llamaban mucho la atención los colores y las formas de los cristales, así que me me pareció que sería una buena forma de introducir a mis hijas en la cristalización.

A mis hijas no les gustan mucho las chuches (prefieren el chocolate…), así que sabía que seguramente no las comerían, pero no dejaba de ser un experimento entretenido.

Os dejo la receta por si os apetece ya que es realmente fácil.

Se ponen unas gotas de colorante alimentario en cada vaso.
Mientras, en una cazuela se pone un vaso de agua por cada tres de azúcar. Hay que ir removiendo hasta que se vea que la mezcla se pone transparente, es decir, se ha convertido en almibar.
Mientras podemos mojar un poco los palitos y meterlos en azúcar para que se forren bien y ayude en la cristalización.
Se vierte en los vasos y se remueve un poco con un palito para que el color sea uniforme.
Se pone cada palito en un vaso teniendo mucho cuidado que no toque ni paredes ni el fondo. Lo más sencillo es sujetarlo con una pinza.
Y ahora solamente queda esperar de 4 a 7 días a que la cristalización sea lo suficientemente grande. Cuanto más tiempo se espera más grande es el palito.
Cuando nos parece que ya está lo suficientemente grande para nuestro gusto, sacamos el palito del vaso y lo ponemos a escurrir en otro vaso vacío.
Y ya están listos.
Se pueden comer tal cual, como si fuesen piruletas, o se pueden disolver en leche.

Como ya he comentado, mis hijas no se las comieron pero les encantó ver como crecían los cristales y después ver y tocar los cristalitos.

Las piruletas se las comieron los vecinos, que aquí no se tira nada, ja, ja, ja.