Siempre que voy al extranjero encuentro viajeros
al parecer amargamente desilusionados por todo cuanto ven. La razón suele ser
fácil de descubrir: casi todos ellos comentan las deficiencias que encuentran
en personas y costumbres, muy diversas de las de su país. Y las diferencias de
hábitos, en lugar de distraerles e interesarles, les molestan.
Aunque los modernos reactores han empequeñecido la
tierra, estas personas todavía padecen del mal del aislamiento. Quizás antes
esta enfermedad tuviera poca importancia, pero ahora, en un mundo cuyas partes
son cada vez más interdependientes, puede convertirse en una dolencia peligrosa
y paralizadora.
Hasta que abramos nuestros corazones y mentes a
los pensamientos de todos los hombres, dondequiera que estén; hasta que nos
convenzamos de que no son raros porque se vistan, coman y hablen de forma
diferente de la nuestra; hasta que estemos dispuestos a conceder que las
aspiraciones de los demás son tan importantes para ellos como las nuestras lo
son para nosotros, no podremos esperar que reine en el mundo una paz verdadera.
A menudo me dicen que estas ideas son utópicas,
que, en realidad, jamás lograremos comprendernos los unos a los otros.
Estas palabras dichas por Conrad Hilton (fundador
de la cadena de hoteles Hilton) en 1966 todavía siguen estando vigentes hasta
la última letra.
Todo se resume en una gran palabra: RESPETO
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