Hemos convertido el aprendizaje en un deber, en
una obligación, sometido a unos horarios regulares y a una disciplina rígida. Y
los jóvenes se mofan de los deberes y se resisten a las obligaciones con toda
la energía de que son capaces.
Estos sentimientos que nacen y se desarrollan en
los años juveniles a menudo persisten durante toda la vida. Por ello, a muchos
de nosotros el aprendizaje nos parece la subordinación de nuestra voluntad a
una dirección exterior, en otras palabras, se trata de una especie de
esclavitud.
Es un error el pensar así. Aprender es un placer
natural, innato e instintivo; constituye uno de los deleites esenciales de la
raza humana.
Observemos a los niños muy pequeños, cuando aún no
tienen hábitos mentales implantados por la educación. Se puede ver como
criaturas que apenas pueden hablar investigan problemas con el fervor y la
emoción de auténticos exploradores, y hacen descubrimientos con la pasión y la
concentración de verdaderos hombres de ciencia.
Pero si el placer de aprender es universal ¿Por qué
hay en el mundo tantas personas aburridas y desprovistas de curiosidad? Ello es
debido a que muchas de ellas recibieron una mala enseñanza, sometidas a una
rutina; a veces fueron objeto de las presiones de un trabajo duro.
El placer del aprendizaje no está confinado a la
lectura de libros de texto, comprende también la lectura de libros corrientes.
Aprender significa también mantener la mente
abierta y activa, dispuesta a captar toda clase de experiencias.
Entre las formas placenteras de aprendizaje deberíamos
incluir, sin duda, el viajar. Viajar con el espíritu abierto, con la pupila
atenta, y con el deseo de comprender a otros pueblos, otras tierras, en vez de
buscar en ellos un reflejo de nuestro propio yo.
Aprender significa también aprender a practicar o,
cuando menos, disfrutar de alguna manifestación artística. Cada arte que
aprendemos representa una nueva ventana abierta al universo, la adquisición de
un nuevo sentido.
También vale la pena explorar o estudiar alguna
actividad artesana. Hay muchas y casi todas ellas brindan un placer esencial:
el placer de realizar algo perdurable.
Aprender proyecta nuestra vida hacia nuevas
dimensiones, decía Tolomeo. Es un proceso acumulativo. En vez de disminuir con
el paso del tiempo, como la salud y el vigor, sus frutos van en aumento.
Mucho han sufrido aquellos quienes no aceptan el
hecho de que tan importante es tener una personalidad íntegra y armoniosa como
mantenerse limpios, sanos y económicamente solventes. Pero la integridad y
armonía del pensamiento y del espíritu no es algo que nos confiere la
naturaleza.
El principal peligro que nos acecha no es el
envejecimiento. Es la pereza, la haraganería, la rutina y la estupidez. Podemos
mejorar la duración, la calidad y la fecundidad de nuestra existencia si cultivamos
la dicha de aprender.
Extracto de una publicación de Gilbert Highet en
1978. Lo “triste” de todo esto es que nuestras excuelas siguen con el mismo
método de funcionamiento. Esperemos cambiarlo poco a poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario