Leí una vez esto: “Espera tener problemas como
parte inevitable de la vida y, cuando surja alguno, levanta la cabeza, encáralo
y di –Soy superior a ti. No podrás vencerme.- Luego repite una y otra vez que esto
también pasará.”
Algunas veces es más fácil perdonar a los demás
que a nosotros mismos. Y es muy importante hacerlo para poder vivir feliz y en
paz con uno mismo.
Compara un suceso que no te puedas perdonar con un
jarrón roto y hazte las siguientes preguntas:
- ¿Intentarías restaurar el
jarrón en su forma original?
- ¿Se notarían las partes
rotas?
- ¿Serviría de algo desear
que el jarrón no se hubiera roto?
Puedes lamentar toda tu vida haber roto el jarrón,
pero eso no lo va a reparar. Es imposible tratar de arreglar lo que ya está
hecho o desesperarse por las oportunidades perdidas.
Muchas veces no podemos controlar lo que nos sucede,
pero si podemos controlar nuestras reacciones a lo que nos ocurre. Por tanto,
no deje que el odio y la amargura le consuman cuando descubra que alguien le ha
hecho daño. El odio es como un ácido que te consume.
El tiempo todo lo cura, pero si le ayudas con
inteligencia y eficacia te repondrás con mayor rapidez.
El que se obstina en no permitir que le abandone
su dolor acaba por aislarse de sus amigos. El mundo puede detenerse durante
unas horas, o incluso unos días, para poder estrechar una mano o ayudar a
enjugar una lágrima. Pero los parientes y amigos tienen sus propios problemas. La
vida sigue y los que se niegan a avanzar al ritmo que ella impone quedan solos
debatiéndose en su propia desgracia.
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