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sábado, 24 de febrero de 2018

Detente y escucha




A veces sale uno de noche y contempla el firmamento. Ve las estrellas que giran lentamente por la bóveda celeste, no solo durante la noche, sino todo el año y a lo largo de las estaciones. Las constelaciones permanecen invariables durante toda nuestra vida: la misma Estrella Polar, la Osa Mayor, el Águila, el Cisne. La luna va ofreciéndonos sus diversas fases; desde la más tenue hoz luminosa de la luna nueva al pleno disco de la luna llena, pasando por la media luna menguante de tardío aparecer. Todas estas fases las ha conocido el hombre desde que alzó la vista por primera vez para contemplar el firmamento nocturno.

También vemos el alba, que varía unos pocos minutos día tras día. El tiempo, el transcurso de las estaciones, los meses lunares, el año solar, los días… cosas que hemos observado siempre. El tiempo en realidad no ha cambiado ni una fracción de segundo en diez millones de años. El primer hombre que anduvo sobre sus dos pies, y al ver el crepúsculo tuvo una inquietud por el tiempo, conoció el mismo lapso de día, el mismo año que conocemos hoy. La hierba creció entonces como ahora, y las frutas maduraron a su tiempo.

En algún momento de su existencia, el hombre comenzó a contar no sólo los días, sino también las horas, los minutos y los segundos. Y, aunque el tiempo seguía inmutable, el hombre se enredaba en sus propios cómputos. Sus mismos ecos comenzaron a urgirle: “¡Apura! ¡Date prisa!”. Sólo muy de tarde en tarde alguien se detenía a preguntar: “¿Por qué y para qué?”. De pronto, miraba al sol, a la hierba y a los árboles, y sabía de ellos que no tenían prisa. Se sentaba y escuchaba. El suave murmullo que oía era el de los granos pasando quedamente por el reloj de arena, con el mismo ritmo que han tenido desde el comienzo del tiempo.

Editorial del New York Times en 1972.


Cuando lo leí quise compartirlo ya que me pareció que seguimos igual, siempre corriendo de un lado a otro sin realmente ver lo que pasa a nuestro alrededor.
Algunas veces hay que parar un momento y simplemente disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, de un atardecer, del tacto de la arena…porque no sabemos cuando será la última vez que podamos disfrutarlas.





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