Seguramente muchos recordarán o habrán oído hablar
de lo ocurrido en Palomares en el año 1966, pero os lo voy a recordar con algunos
datos que se dieron en la época y con los datos actuales. De ésta manera
podréis comprobar como los gobiernos nos engañan cuando quieren.
Durante varios años los pescadores de Villaricos y
Palomares estaban acostumbrados a ver el espectáculo del aprovisionamiento de
combustible en el aire. Pero el 17 de enero de 1966 pasadas las 10 de la mañana
algo falló y un bombardero B52 y un cisterna chocaron a 9300 metros de altitud
mientras intentaban el enganche, provocando una gran explosión.
Una parte de la cabina del cisterna cayó cerca de
la casa de un campesino del pueblo y el y su mujer se apresuraron a socorrer a
las tres personas que se veían en su interior. Desgraciadamente dos de las
personas estaban muertas, pero el otro no. Empezaron a tirar tierra para apagar
el fuego y poder sacar al tercer tripulante, pero para cuando el fuego se
extinguió ya era demasiado tarde.
El tren de aterrizaje del B52 cayó a escasos 30
metros de la escuela del pueblo, llena en ese momento con los estudiantes.
Un paracaídas aterrizó bruscamente en una parcela.
El dueño de la parcela se acercó al aviador y vió que todavía estaba vivo, era
el comandante Ivens Buchanan. Con la ayuda de algún hombre más lo llevaron al
hospital en una furgoneta.
Siete hombres murieron: toda la tripulación del
cisterna y tres del bombardero. Cuatro hombres sobrevivieron. Y,
milagrosamente, ni una sola persona o edificio del pueblo fue alcanzado.
Pero el B52 llevaba un cargamento de 4 bombas de
hidrógeno que también cayeron a tierra.
Una de ellas cayó a unos 75 metros de la casa de
uno de los habitantes del pueblo y provocó una explosión que rompió los
cristales de la casa. Cuando se acercaron vieron que el objeto estaba ardiendo
y lo golpearon con los pies y le echaron tierra encima.
El patrón del barco “Dorita” que estaba faenando a
unas cinco millas de Villaricos vió que había varios paracaídas que caían en el
mar y fue a rescatarlos. Recogieron a Charles J. Wendorf y Michael Rooney. Otro
barco cercano rescató a Larry G. Messinger.
El patrón del “Manuela Orts Simó” siguió a otro
paracaídas, pero cuando se acrecaban se dieron cuenta que lo que caía no era
una persona, sino un objeto cilíndrico y metálico. Para cuando llegaron el
objeto ya se había undido en el agua pero trazó mentalmente líneas de marcación
para recordar el punto exacto.
El gobierno de Estados Unidos activó la contraseña
“Broken arrow” (flecha rota) que alerta sobre un accidente nuclear.
A media tarde los cadáveres de los siete aviadores
yacían en féretros, listos para su repatriación.
Ahora, lo más importante era retirar todos los
restos y encontrar las 4 bombas.
Una de ellas apareció en el cauce seco del río
Almanzora intacta. Al día siguiente encontraron otra en un campo cercano al
cementerio y otro campesino les habló de la explosión que hubo cerca de su
casa. Cuando investigaron descubrieron la tercera bomba.
El explosivo de dos de las bombas detonó con el
impacto con lo que se abrieron y los núcleos atómicos reventaron y se
vaporizaron por la explosión. Por suerte no hubo división de los átomos lo que
hubiera llevado a una catástrofe peor que la de Hiroshima.
Se dijo a la población que no había ningún
problema puesto que las radiaciones que se habían emitido no podían atravesar
la piel ni el papel. Decían que se podía tener plutonio en la mano sin peligro
y que incluso se puede tragar ya que se elimina rápidamente por el organismo.
Para limpiar la contaminación de plutonio bastaba con un frotamiento enérgico
con agua y en la tierra era suficiente un pequeño arado para sepultarlo y así
disipar la radiacción. Además era imposible que fuese absorbido por las raíces
de las plantas.
No obstante, las medidas de seguridad atómica
norteamericana incluían la retirada de la tierra que había estado en contacto
con las bombas. En total fueron unas 1700 toneladas de tierra que se llevaron a
Estados Unidos.
Solamente quedaba recuperar la comba caída en el
agua. Debido a las corrientes marinas se había desplazado de su lugar de
impacto y tardaron en localizarla. No lograron sacarla del mar hasta el 7 de
abril.
Desde entonces ha habido secretismo en cuanto a
los niveles de radiación de la zona. Cada año desde entonces hasta el año 2010
se han realizado análisis de la tierra y el agua de la zona por parte de la
Junta de Energía Nuclear con fodos norteamericanos.
Unos años más tarde el Ciemat, antigua Junta de
Energía Nuclear, quiere realizar un mapa radiológico de la zona por lo que
solicitan fondos a Estados Unidos. El resultado es que aún quedan restos de
polonio radioactivo en las tierras de cultivo y en los montes de los
alrededores.
¿Algún día nos enteraremos realmente de la
repercusión en la salud de la gente de la zona?
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