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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Receta supersencilla



Pulpos de espaguetis con salchichas.

Creo que no existe receta más sencilla que ésta y que los niños devoren.
Mis niñas pincharon los espaguetis y luego a la cazuela. Además también valen para hacer bigotes de gato, ja, ja, ja.






Se pueden acompañar de salsa de tomate si quieren.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Felicidad



Toda la idea de la sociedad postindustrial está basada en tener y no en ser. Y para convencernos de que esto es verdad, nos han condicionado con un acioma que nos sale de manera natural, si no somos capaces de evitarlo. Es una frase que sirve a la vez como motor y como trampa:

“Qué feliz sería yo con lo que no tengo.”

Y lo que no tengo no es un coche, ni una casa, ni un buen sueldo, ni una pareja. Lo que no tengo es lo que no tengo, es decir, algo no posible.

Dicho de otra manera: si yo consiguiera tener lo que no tengo, no me haría feliz, porque ese algo, al tenerlo, dejaría de ser lo que no tengo y, siguiendo el axioma, yo solo puedo ser feliz teniendo lo que no tengo.

La única salida es cambiar de axioma.

Jorge Bucay


miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cuentas Hama o Pyssla



A éstas alturas habrá poca gente que no conozca las cuentas Hama o su versión Ikea, las Pyssla.

Son unas cuentas como de collar que se van poniendo en las diferentes bases que existen y se van creando dibujos al gusto de cada uno. Luego se planchan para que se fundan y se peguen unas con otras y listo. Así de fácil.

Hemos hecho varias figuras ya y tenemos pendientes unas cuantas más.



Las he usado para decorar una pared que me parecía que necesitaba algo de color. También estamos haciendo una serie que servirán de posavasos. Algunas figuras serán para regalar y otras para nosotras.

En fin, es entretenido y va de maravilla para trabajar la motricidad fina. ¿Qué más se puede pedir?













sábado, 18 de noviembre de 2017

La olla embarazada



Había una vez... un señor que le pidió a su vecino una olla prestada. El dueño de la olla no era demasiado solidario, pero se sintió obligado a prestarla.

A los cuatro días, la olla no había sido devuelta, así que, con la excusa de necesitarla fue a pedirle a su vecino que la devolviera.

—Casualmente, iba para su casa a devolverla... ¡el parto fue tan difícil!
—¿Qué parto?
—El de la olla.
—¿Qué?
—Ah, ¿usted no sabía? La olla estaba embarazada.
—¿Embarazada?
—Sí, y esa misma noche que me la prestó tuvo familia, así que debió hacer reposo pero ya está recuperada.
—¿Reposo?
—Sí. Un segundo por favor –y entrando en su casa trajo la olla, un jarrito y una sartén.
—Esto no es mío, sólo la olla.
—No, es suyo, esta es la cría de la olla. Si la olla es suya, la cría también es suya.

“Este está realmente loco”, pensó, “pero mejor que le siga la corriente”.
—Bueno, gracias.
—De nada, adiós.
—Adiós, adiós..Y el hombre marchó a su casa con el jarrito, la sartén y la olla.

Esa tarde, el vecino otra vez le tocó el timbre.
—Vecino, ¿no me prestaría el destornillador y el alicate?
...Ahora se sentía más obligado que antes.
—Sí, claro.
Fue hasta adentro y volvió con el alicate y el destornillador.
Pasó casi una semana y, cuando ya planeaba ir a recuperar sus cosas, el vecino le tocó la puerta.
—Ay, vecino ¿usted sabía?
—¿Sabía qué cosa?
—Que su destornillador y el alicate son pareja.
—¡No! –dijo el otro con ojos desorbitados— no sabía.
—Mire, fue un descuido mío, por un ratito los dejé solos, y ya la embarazó.
—¿A el alicate?
—¡Sí y le traje la cría –y abriendo una canastita entregó algunos tornillos, tuercas y clavos que dijo había parido el alicate.
“Totalmente loco”, pensó. Pero los clavos y los tornillos siempre vienen bien.

Pasaron dos días. El vecino pedigüeño apareció de nuevo.
—He notado –le dijo— el otro día, cuando le traje el alicate, que usted tiene sobre su mesa una hermosa ánfora de oro. ¿No sería tan gentil de prestármela por una noche?
Al dueño del ánfora le tintinearon los ojitos.
—Cómo no –dijo, en generosa actitud, y entró a su casa volviendo con el ánfora pedida.
—Gracias, vecino.
—Adiós.
—Adiós.

Pasó esa noche y la siguiente y el dueño del ánfora no se animaba a golpearle al vecino para pedírsela. Sin embargo, a la semana, su ansiedad no aguantó y fue a reclamarle el ánfora a su vecino.

—¿El ánfora? –dijo el vecino – Ah, ¿no se enteró?
—¿De qué?
—Murió en el parto...—¿Cómo que murió en el parto?
—Sí, el ánfora estaba embarazada y durante el parto, murió.
—Dígame ¿usted se cree que soy estúpido? ¿Cómo va a estar embarazada un ánfora de oro?
—Mire, vecino, si usted aceptó el embarazo y el parto de la olla. El casamiento y la cría del destornillador y el alicate, ¿por qué no habría de aceptar el embarazo y la muerte del ánfora?